A partir de mi octogésimo aniversario se cumplió, sin que aún lo supiese, un sueño que tenía desde niña.
Recientemente me enteré que había tenido una infancia difícil , pues para los de mi generación empezar a trabajar casi antes de aprender a andar correctamente era lo normal.
Muchos de nosotros no conocimos a nuestros padres y a otros nos los arrebató la guerra, aunque no por ello perdimos nuestra alegría de vivir.
Recuerdo con añoranza esos días de levantarse al alba para ir a atender al ganado con apenas un mendrugo de pan para todo el dia, me recuerdo feliz de poder ir a la escuela a aprender a leer y escribir, ya que no todos nos lo podíamos permitir.
Es por eso que no entiendo los problemas con los niños de hoy en día, sin obligaciones y tristes por nimiedades.
En fin, como os iba contando, mi problema empezó el día que consideraron que ya no podía valerme por mi misma.
Tuve que abandonar mi humilde casita e ir a la ciudad.
Aquí todo es distinto, nadie te saluda por la calle y el ruido de los coches es más alto que el canto de los pájaros.
Mi libertad se vio coartada y empezé a sentirme inútil, pues apenas se me permitía hacer nada, mi nueva misión era no molestar, pero que complicado me resultó aprender lo que era no molestar para aquellos hijos que cada vez me resultaban más desconocidos, hasta que olvidé sus nombres y sus rostros.
En esta nueva etapa solo puedo recordar un rostro, su nombre es Pipo.
A la chica que entra en mi cuarto le molesta que salude a Pipo, pero a él no le molesta si no recuerdo su nombre.
Él simplemente se alegra de verme de todos modos y si me nota triste se echa a mis pies, es un buen chico.
Pero no todo es malo, en ocasiones tengo momentos de lucidez en los que me doy cuenta de mi estado y de pronto, no sé con claridad si alguna vez he sabido quien soy.
He aprendido a vivir en esta confusión, rodeado de rostros que me miran con preocupación, entonces es cuando la magia comienza, cuando vuelvo a mis días felices.
Mi amigo fiel escucha todas mis historias una y otra vez y a su lado me siento útil, pues a él no le gusta estar solo, asi que le hablo y le canto para que se quede tranquilo.
De vez en cuando se le escurre algún juguete debajo del sillón y me viene a pedir ayuda para recuperarlo y otras me pide con sus ojitos que le de unas caricias. Me han prohibido darle comida, pues dicen que se está poniendo muy gordo, asi que es nuestro secreto.
Los domingos, si no llueve, salimos todos a pasear. He de decir que a pesar de mi dificultad para caminar, de mis dolores y mis quejas, es mi día preferido pues me siento tan arropada y querida como un día soñé.